viernes, 22 de julio de 2011

Salvador Garmendia


Salvador Garmendia

Nace el 11 de junio de 1928 en Barquisimeto. Nació en la gran casa colonial en la que naciera su madre y hermanos. Infancia supeditada a una gran pobreza económica.
Sufrió a los doce años de tuberculosis, enfermedad que lo mantuvo en cama por tres años,  durante este tiempo, a manera de entretenimiento se adentra en la literatura, no sabiendo que esto lo llevaría a consagrarse como uno de los grandes de la Literatura Venezolana.
Retoma sus estudios de bachillerato a los dieciocho años, pero se encuentra en un mundo en el cual no encaja por su edad, pues ya siendo hombre piensa diferente y esto lo lleva a desertar de la secundaria.
En 1946 publica su primer libro titulado “El  parque” y en ese mismo año realiza el prólogo del libro  Cantos Iniciales” de su amigo Rafael Cadenas.
En 1948 se inscribe con Rafael Cadenas en el Partido Comunista de Venezuela.
En 1952 es asesinado el general Carlos Delgado Chalbaud, hecho que motivó allanamientos en la emisora radial en la que trabajaba Garmendia, en ese momento el escritor es detenido por varias semanas.
En 1958 la dictadura de Pérez Jiménez llegaba a su fin y una vez derrocado meses después se publica el primer número de la revista “Sardio”.


OBRAS LITERARIAS

El parque (1946)
Los pequeños seres (1958)
Los habitantes (1961)
Día de ceniza (1963)
Doble fondo (1966)
La novela en Venezuela (1966)                           
La mala vida (1968)                                             
Difuntos, extraños y volátiles (1970)        
Los escondites (1972)                                                
Los pies de barro (1972)                                            
Memorias de Altagracia (1974)                                  
El inquieto Anacobero y otros cuentos (1976)                
El brujo hípico y otros relatos (1979)
Enmiendas y atropellos (1979)
El único lugar posible(1981)
Hace mal tiempo afuera (1986)
La casa del tiempo (1986)
El capitán Kid (1988)
Cuentos Cómicos (1991)
     La gata y la señora (1991)
 La vida buena (1994)
 La media espada de Amadís (1998)    
      
  Libros para Niños                                                        
 Galileo en su reino (1994)
 El cuento más viejo del mundo (1997)
 Un pingüino en Maracaibo (1998)   
 Obra Póstuma
     No es el espejo (2002)
 El regreso (2004)
 Entre tías y putas (2008)










Difuntos y volátiles
            No hay que tenerle miedo a los muertos decía mi tía Hildegardis, y me golpeaba el coco con su uña larga, toda verde, que parecía bañada en esperma. (Como era encuadernadora olía a tarro de cola y a semicurri y tenía las manos de cuero viejo, engrudadas; de lejos, con su giba, parecía un hombrecito agachado). Pero yo sabía que al entrar al cuarto empezaría a volverse humo; el humo negro y fuerte le salía por debajo del camisón, por las orejas y le llenaba el pelo.
            Ella sabía ocultarlo a los demás; aunque no sé por qué conmigo se confiaba menos de lo prudente en estos casos, hasta el punto de hacerme creer que su aparente descuido era intencional: si andaba debajo del mesón del taller reuniendo recortes de papel lustrillo, le miraba los pies colgando del travesaño de la silla, tan pequeños en sus chancletas de cocuiza, abrigados por una medias de lana mohosas; se me acercaba hasta tocarlos con la respiración y veía desprenderse el humo de aquellas pelotas de trapo; un humito incipiente, descolorido, que flotaba sin fuerzas.
            Gateando, pasaba por debajo de las camas. Nunca podría salir al otro extremo del túnel, aquel foso sin viento apretado de olores de gente, olores vivos y profundos como si entrara bajo los vestidos de los mayores y fuera hacia un lugar oscuro lleno de cosas descompuestas. Perdía fuerzas y un sueño vaporoso me tendía boca abajo en los ladrillos, la mejilla en el polvo.
              Las voces de la gente sobresalían de un ruido muy lejano y perenne como el asiento o el ripio del mundo, que no tenía fin.
             Unas caras sin vida, sin calor, de toda una familia desconocida que tenía poder sobre la casa, ocupaban los barrotes de las ventanas o asomaban con tristeza el entrecejo por encima del borde de las mesas. La niña Carmelita, cuando no buscaba cosas en las gavetas o caminaba por el patio, se iba a encerrar con llave en su cuarto. Los techos eran altos, de caballete. Trepado a la ventana, la miraba por un agujero. Ella ya no estaba en tierra: parecía una vela con su batola blanca, colgada del copetico, a mucha distancia del suelo. Así iba llegando la noche. Se oían chocar los cascos en el zaguán, y la esposa de mi tío, aquella mujer blanca y callada, salí a abrir el anteportón.
            El caballo cruzaba el corredor saboreando un gran bocado de espuma, la mujer caminando detrás de mi tío encajado en la montura, un poco doblado para no tropezar en las viguetas. A veces volvía de la caballeriza con un grumo de telaraña en el pelo.
            Comía en silencio, sin más nadie en la mesa, y ella lo observaba parada a su lado. Después los seguía hasta su cuarto y oía, pegado arriba en la ventana: primero hablaban muy bajito, a veces los dos al mismo tiempo, con un sonido ronco que se interrumpía. Sentía que se anudaban, no les oía la ropa, sus sonidos eran dobles y gruesos y el jergón de lona resonaba. Ella empezaba a quejarse suavecito, pero yo no podía saber más nada, porque me había soltado de la ventana y andaba por ahí, volando.


REFERENCIAS
Garmendia, S. (1970).Difuntos, extraños y volátiles. Caracas: Tiempo
      Nuevo.
Segovia, C. (2006). Texto, recopilación y notas. Caracas: El perro y la
       rana.







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