Carmen Chazzin
Nace el 8 de abril de 1989 en la ciudad de Valencia, es estudiante del décimo semestre de Educación mención Lengua y Literatura en la Universidad de Carabobo. Ha participado en talleres con Laura Antillano en la Fundación La Letra Voladora, Taller de Poesía convocado por Monte Ávila Editores Latinoamericana y dictado por María Clara Salas; Taller de Apreciación Literaria dictado por Luis Alberto Crespo y otro más con Rafael Cadenas, promovido por la Fundación del Valle de San Francisco.
Conforma el Grupo Literario Voz Creativa, donde se adscribe al grupo de Coordinación Estudiantil de las Jornadas de Creación Literaria UC.
Grupo literario Voz Creativa
Grupo juvenil Literario conformado desde el año 2007 nace en la Universidad de Carabobo, bajo la unión de estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Educación (áreas como lengua y literatura, inglés, química, música, artes plásticas) y Faces. El grupo nace bajo la propuesta de trabajar hacia el rescate, promoción y reelectura de la literatura venezolana, propiciando espacios para el encuentro con escritores contemporáneos a través de conversatorios, recitales, foros de discusión y con las nuevas generaciones que estén incursionando en el oficio de la escritura.
Luis Alberto Crespo
Algunos de sus poemas:
No crezco en la tierra que te sostiene
pero conozco el temblor que llevas
y lo hago mio
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Alrededor
Los bancos de la plaza
tienen pulso
ceniza por cayena
palabra anestesiada
olor a alivio
espacio seducido
mano extraviada en otra
óxido repujado de rutina
esperas que se miren los pies
temen dejar entrar la humedad
que se come las paredes
dentro
se precipitan las aguas
se mece la memoria baldía
que abre zanjas
han reconocido sus lluvias
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Pájaro de limpios ojos
me voy
somos muy amplios
Mañana habrá otra altura
ahora sostente en lo solo
y sé hondo en la puerta
la otra piel
sond se escucha mi canto
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Hay una hora
en que cada lobo
calla su aullido
y huele la garra
en las flores caídas,
al aire extiende su carne,
es un gajo de tierra
que escucha la grieta
en vigilia
Instrucciones para el olvido.
Madrid, siempre es incómodo, siempre es triste verte pasar frente al ventanal, cuando estoy dentro mordiendo papel y carbón, destruyendo cada poema que te escribí, reescribiendo tu incoherencia con las migajas del pan, haciendo un silencio con mi índice adentrado en el agua esparcida en la mesa. He intentando enterrar el cadáver que dejaron tus zapatos sobre mis manos después de cargarte, esos zapaticos de muñeca de porcelana, pequeñitos, tan tuyos, tanto color y algarabía concentrada en tus pies. Quizá ellos sean los únicos culpables de buscarte y empezar a seguirte, de creerme la teoría de “encuentro casual” en pasillo, esquina o escalera, cuando adentros me grito su falsedad que es también la mía. Hoy comprendo que los intentos son un simple engaño, una palabra que habla de medias tintas, verdades inconclusas que no terminan siendo legibles, porque a fin de cuentas nunca intenté alejarme, quizá ese siempre fue el estado natural.
Sé que soy un hombre que no ha logrado decirte todo respetando la cohesión y coherencia de la gramática, que me pierdo en el discurso y no sigo el gran ejemplo retórico de Bolívar, más que nada he olvidado el uso del punto y aparte. Mirándote e irrumpiendo con mis manos tu rostro, secando las goticas que siempre se quedan ahí en la comisura de frente y cabello cuando pasamos bajo el cedro, me he sentido tu pintor, el único capaz de rehacerte.
Madrid, sólo he sido puntos suspensivos, botones en el vestido, conocimiento de saberse loco y esconderse en la calle, tú mi reportera y yo la noticia cuando ya no había novedad y hasta nosotros dejamos de sintonizarnos. Abrazos de los que aún no me recupero, por quienes deliré, los llevé a Rayos X, fue el proceso más largo de desintoxicación; busco, créeme que busco la pócima, la salida, el boleto ida y vuelta para abandonar la estación.
He sabido memorizarte, rezar tu cédula, enfermedades, presentir los escalofríos ligeros, callar los enojos para terminar mordiéndote las lágrimas sentado junto a ti en cualquier rincón, mientras te deshojo del dolor poco a poco con esos lugares comunes de “todo va a estar bien”, discúlpame por las caminatas de cinco cuadras donde le daba la espalda al mundo sólo para mirarte, por quedarme callado tanto rato, a veces no podía hablar porque en mi todo era duda, niebla, un tiempo donde me faltaba independencia, cuando la hora la levantabas tú y el segundo lo trabajaba yo, haciéndome la vista gorda cuando todo me barría contigo. Ahora te revelo la respuesta que buscabas, sí, eras la de otros nombres, fuiste epígrafe, dedicatoria, inauguración, pero tenía que llegar este día para asimilar que contigo no se baja mi Santa María, que en definitiva el mayor apego le pertenece a mamá y ando solo por la calle.
Dejé de ser Esteban para llamarme Madrid, a ver si así te comprendía, si lograba dar con la ecuación de pertenencia, si contrarrestaba el juego que iniciabas donde siempre terminábamos correteando y riéndonos de la nada, de una burla al moralismo de Kant. Lo cierto es que me perdí, dejé de sentirme porque todo era bulla, gente y ese nombre tuyo caía por los lados, rebotaba en mi almohada y se encendía jugando a saludar tu nariz como lo hiciese Pepeto con Pinocho; entonces fundé una filosofía de ti y todo podía ser relativo a los sentidos, desde ahí comenzaría la dialéctica madrileña, el negarte o no.
Esos los recuerdo como días de ceguera, el único colirio efectivo es la voluntad. Me uní a la cofradía “Almas en pena” cuando realmente quería reír de alguna mariquera de los carajos de “Hueles a piña madura”, me hice víctima frente a un pelotón de soldados elegidos por mí, hoy sé que eran sólo miedo, hoy recupero la libertad.
Madrid, el amor es un descubrimiento, es tan difícil de desenredar como tus trenzas disparejas por las que casi caes. Me acostumbré a conjugar verbos contigo, olvidándome del sentir, del ideal, del olor que es verdad respirable, de elegir dónde y con quién quería estar, porque muchas veces no llega a la boca lo que la esencia reclama y soy muy necio.
Por ahí muchos dicen que hay personas que no se olvidan, desde hoy entras en ese grupo, pienso que en este tiempo fuimos cómplices de la continuidad, de alguna mala traducción de un poema, las instrucciones para mascar chicle o la locura irrefrenable de los dos.
Mi agradecimiento, una metáfora por abrazo y la palabra por despedida,
Esteban Duran
Sé que soy un hombre que no ha logrado decirte todo respetando la cohesión y coherencia de la gramática, que me pierdo en el discurso y no sigo el gran ejemplo retórico de Bolívar, más que nada he olvidado el uso del punto y aparte. Mirándote e irrumpiendo con mis manos tu rostro, secando las goticas que siempre se quedan ahí en la comisura de frente y cabello cuando pasamos bajo el cedro, me he sentido tu pintor, el único capaz de rehacerte.
Madrid, sólo he sido puntos suspensivos, botones en el vestido, conocimiento de saberse loco y esconderse en la calle, tú mi reportera y yo la noticia cuando ya no había novedad y hasta nosotros dejamos de sintonizarnos. Abrazos de los que aún no me recupero, por quienes deliré, los llevé a Rayos X, fue el proceso más largo de desintoxicación; busco, créeme que busco la pócima, la salida, el boleto ida y vuelta para abandonar la estación.
He sabido memorizarte, rezar tu cédula, enfermedades, presentir los escalofríos ligeros, callar los enojos para terminar mordiéndote las lágrimas sentado junto a ti en cualquier rincón, mientras te deshojo del dolor poco a poco con esos lugares comunes de “todo va a estar bien”, discúlpame por las caminatas de cinco cuadras donde le daba la espalda al mundo sólo para mirarte, por quedarme callado tanto rato, a veces no podía hablar porque en mi todo era duda, niebla, un tiempo donde me faltaba independencia, cuando la hora la levantabas tú y el segundo lo trabajaba yo, haciéndome la vista gorda cuando todo me barría contigo. Ahora te revelo la respuesta que buscabas, sí, eras la de otros nombres, fuiste epígrafe, dedicatoria, inauguración, pero tenía que llegar este día para asimilar que contigo no se baja mi Santa María, que en definitiva el mayor apego le pertenece a mamá y ando solo por la calle.
Dejé de ser Esteban para llamarme Madrid, a ver si así te comprendía, si lograba dar con la ecuación de pertenencia, si contrarrestaba el juego que iniciabas donde siempre terminábamos correteando y riéndonos de la nada, de una burla al moralismo de Kant. Lo cierto es que me perdí, dejé de sentirme porque todo era bulla, gente y ese nombre tuyo caía por los lados, rebotaba en mi almohada y se encendía jugando a saludar tu nariz como lo hiciese Pepeto con Pinocho; entonces fundé una filosofía de ti y todo podía ser relativo a los sentidos, desde ahí comenzaría la dialéctica madrileña, el negarte o no.
Esos los recuerdo como días de ceguera, el único colirio efectivo es la voluntad. Me uní a la cofradía “Almas en pena” cuando realmente quería reír de alguna mariquera de los carajos de “Hueles a piña madura”, me hice víctima frente a un pelotón de soldados elegidos por mí, hoy sé que eran sólo miedo, hoy recupero la libertad.
Madrid, el amor es un descubrimiento, es tan difícil de desenredar como tus trenzas disparejas por las que casi caes. Me acostumbré a conjugar verbos contigo, olvidándome del sentir, del ideal, del olor que es verdad respirable, de elegir dónde y con quién quería estar, porque muchas veces no llega a la boca lo que la esencia reclama y soy muy necio.
Por ahí muchos dicen que hay personas que no se olvidan, desde hoy entras en ese grupo, pienso que en este tiempo fuimos cómplices de la continuidad, de alguna mala traducción de un poema, las instrucciones para mascar chicle o la locura irrefrenable de los dos.
Mi agradecimiento, una metáfora por abrazo y la palabra por despedida,
Esteban Duran
Referencias
Chazzin, C. (2011). Alrededor. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana.